8 Porque mis pensamientos
no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. 9
Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que
vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. Isaías 55.8, 9
Cuando imaginamos a Jesús como nuestro “puente
hacia Dios”, es natural que pensemos en las cosas que nos separan del Padre
celestial. Por eso, examinemos tres metáforas que señalan los obstáculos que
hay entre nosotros y el Todopoderoso.
Primero, estamos separados por la altura. La Biblia
llama a Dios el “Altísimo”, y lo presenta como “alto y sublime”. Está por
encima de la Creación, Él mismo declara: “Como son más altos los cielos que la
tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos
más que vuestros pensamientos” (Is 55.9). Sin duda alguna, Dios está por encima
del hombre.
Segundo, estamos separados por la distancia. Moisés
tuvo una experiencia de Dios por medio de la zarza ardiente, pero aun en ese
sagrado momento el Señor le advirtió que no se acercara mucho (Éx 3.5).
Después, cuando el pueblo de Israel construyó el templo y el tabernáculo, Dios
les advirtió que no entraran al Lugar Santísimo, excepto para el único
sacrificio anual, cuando solo una persona podía hacerlo, bajo condiciones
estrictas (He 9.7). Entre Dios y el hombre hay una distancia que no puede ser
traspasada.
Tercero, estamos separados por luz y fuego (1 Jn
1.5; Dt 4.24). Sabemos que mirar fijamente una luz intensa puede causar
ceguera, y que estar cerca de una llama puede quemarnos la piel. Asimismo, si
estuviéramos delante del Dios santo, seríamos consumidos (Dt 4.24).
¿Por qué razón vino Jesús a nosotros? Porque solo
el perfecto, inmaculado Hijo de Dios podía llegar al Padre, acercarse a Él y
estar en su presencia. En Cristo, podemos participar de esa intimidad.
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