5 Entonces los filisteos se
juntaron para pelear contra Israel, treinta mil carros, seis mil hombres de a
caballo, y pueblo numeroso como la arena que está a la orilla del mar; y
subieron y acamparon en Micmas, al oriente de Bet-avén. 6 Cuando los hombres de
Israel vieron que estaban en estrecho (porque el pueblo estaba en aprieto), se
escondieron en cuevas, en fosos, en peñascos, en rocas y en cisternas. 7 Y
algunos de los hebreos pasaron el Jordán a la tierra de Gad y de Galaad; pero
Saúl permanecía aún en Gilgal, y todo el pueblo iba tras él temblando. 8 Y él
esperó siete días, conforme al plazo que Samuel había dicho; pero Samuel no
venía a Gilgal, y el pueblo se le desertaba. 9 Entonces dijo Saúl: Traedme
holocausto y ofrendas de paz. Y ofreció el holocausto. 10 Y cuando él acababa
de ofrecer el holocausto, he aquí Samuel que venía; y Saúl salió a recibirle,
para saludarle. 11 Entonces Samuel dijo: ¿Qué has hecho? Y Saúl respondió:
Porque vi que el pueblo se me desertaba, y que tú no venías dentro del plazo
señalado, y que los filisteos estaban reunidos en Micmas, 12 me dije: Ahora
descenderán los filisteos contra mí a Gilgal, y yo no he implorado el favor de
Jehová. Me esforcé, pues, y ofrecí holocausto. 13 Entonces Samuel dijo a Saúl:
Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te
había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para
siempre. 14 Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón
conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre
su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó. 1 Samuel 13.5-14
Saúl lo tenía todo a su favor. Era el hijo de un
respetado soldado, era bien parecido y tenía un físico excelente (1 S 9.2). Y
puesto que Dios lo eligió para dirigir a Israel en un tiempo cuando la nación
tenía enemigos formidables, podemos suponer que también era un líder valiente y
carismático. Hasta el profeta Samuel fue impresionado, y habló con admiración
de Saúl en su coronación: “No hay semejante a él en todo el pueblo” (1 S
10.24).
Pero, a pesar de todos los atributos positivos de
Saúl, éste pasó gran parte de su reinado desobedeciendo al Señor. Los errores
de juicio del rey se debieron más que todo a que se creía mejor de lo que era.
Un grave error desataría una reacción en cadena de pecados, como vemos en su
desesperada búsqueda de la vida de David (1 S 18–26).
El Señor detesta la arrogancia en el corazón de los
hombres. Cuando la persona tiene muy alto concepto de sí misma (Ro 12.3), deja
de confiar en la gracia divina para tomar sus decisiones. Las consecuencias de
esa manera equivocada de pensar son terribles. Por ejemplo, el rey pensaba que
era tan grande, que ignoró la ley de Dios y ofreció un sacrificio antes de una
batalla, en lugar de Samuel. Saúl rechazó someterse al mandamiento de Dios, y
por eso el Señor le dio el reino a un hombre que sí lo haría (1 S 16.13, 14).
La soberbia aleja a una persona de los caminos del
Señor. Con cada paso en falso, los corazones arrogantes se hunden en un
desierto espiritual. Nada de valor eterno se puede encontrar en un lugar tan
desolado. Pero el Señor dará una gozosa bienvenida a sus seguidores
arrepentidos. Las bendiciones y el gozo aguardan a quienes andan en armonía con
Él y buscan hacer su voluntad.
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