Hola, buenos días!
«¡Vamos hacia la luz». Esto aconsejó mi esposo cuando luchábamos por encontrar la salida de un hospital un domingo por la tarde. Habíamos visitado a un amigo, y cuando salimos del ascensor, no encontrábamos a nadie que nos indicara dónde estaba la puerta del frente… y la brillante luz del sol de Colorado. Por fin, nos encontramos con un hombre que vio nuestra confusión. «Estos pasillos parecen todos iguales —dijo—. Pero la salida está por allí». Con sus indicaciones, encontramos la puerta, que, de verdad, llevaba hacia la luz brillante del sol.
Jesús invitaba a los perdidos confundidos e incrédulos a seguirlo y salir de su oscuridad espiritual: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12). En su luz, podemos ver piedras de tropiezo, pecado y puntos ciegos, lo que le permite quitar semejante oscuridad de nuestra vida al brillar con su luz en nuestro corazón y sobre nuestro camino. La luz de Cristo nos trae la presencia, la protección y la guía de Dios.
Como lo explicó Juan, Jesús es «la luz verdadera» (Juan 1:9), y «las tinieblas no prevalecieron contra ella» (v. 5). En lugar de ir de un lado a otro por la vida, podemos buscarlo para que nos guíe mientras ilumina nuestro camino.
De: Patricia Raybon
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