Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre (v. 16).
La muerte, resurrección y ascensión de Cristo fueron necesarias y beneficiosas para salvar a las personas de sus pecados, pero también producirían una turbulencia emocional y un profundo dolor en el corazón de los discípulos (Juan 14:1). Por eso, les aseguró que no quedarían solos para llevar a cabo su misión en el mundo. Enviaría al Espíritu Santo, un «Consolador, para que [estuviera] con [ellos] para siempre» (v. 16). El Espíritu daría testimonio de Jesús y les recordaría todo lo que había hecho y dicho (v. 26); los fortalecería durante los tiempos difíciles (Hechos 9:31).
En esta vida, todos —incluso los creyentes en Cristo— experimentarán las turbulencias de la ansiedad, el temor y la angustia. Pero Él prometió que, en su ausencia, el Espíritu Santo está presente para consolarnos.
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