12 Mirad, hermanos, que no
haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del
Dios vivo; 13 antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se
dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. 14
Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta
el fin nuestra confianza del principio, 15 entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz,No endurezcáis vuestros
corazones, como en la provocación. 16 ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído,
le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? 17
¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron,
cuyos cuerpos cayeron en el desierto? 18 ¿Y a quiénes juró que no entrarían en
su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? 19 Y vemos que no pudieron
entrar a causa de incredulidad. Hebreos
3.12-19
Los creyentes podemos comenzar a endurecer nuestro
corazón de manera inocente; es fácil que lo que tiene poco o ningún valor
espiritual acapare nuestra atención. Después que nuestro enfoque se desvía de
Dios, no hace falta mucho tiempo para que la preocupación en las cosas del
mundo ocupe cada vez más nuestro tiempo. Las distracciones pueden llegar a ser
tan consumidoras que terminemos ignorando asuntos importantes para el Señor.
A medida que nuestra vida espiritual se marchita,
podemos renunciar a la devoción privada y a la adoración pública. Cualquier
persona que dedique tiempo al Señor cada día, llegará a tener un corazón
obediente, pero si deja de lado la Biblia, le da a Satanás una oportunidad.
Cuando se le permite al corazón funcionar sin Dios, se vuelve engañoso y se
aparta de Él.
Si la mente de un creyente está preocupada por
otras cosas, y su corazón está lejos de Dios, fácilmente puede ser influenciado
por el engaño del pecado. Ya que la sensibilidad al Espíritu Santo es
endurecida por la “concha” que se está formando alrededor del corazón del
creyente, éste comienza a quedar a la deriva y a encontrar más tentadoras las
falsas promesas de Satanás. Lo cual, a su vez, lleva a una preocupación mayor
en asuntos no espirituales, y a un mayor descuido de la vida espiritual.
Los cristianos no somos inmunes al endurecimiento
del corazón. Podemos llegar a ser tan insensibles como un incrédulo a la voz de
Dios; pero tenemos la manera de eliminar el callo espiritual que se ha estado
formando dentro de nosotros. Si nos arrepentimos y nos reenfocamos en Dios,
podemos volver a la adoración privada y tener un corazón blando delante de Él.
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